lunes, 20 de diciembre de 2010

EL ASESINATO DE FELIX GARCÍA

Este 11 de septiembre se cumplen 30 años del asesinato del diplomático cubano Félix García. En el libro DIPOMACIA SIN SOMBRA dediqué un capitulo al horrendo crimen. Ahora lo reproduzco pues no todos los receptores de El Heraldo han tenido acceso al libro. Es un sencillo homenaje para aquel que tanto nos ayudó, que siempre mantuvo una actitud ejemplar ante el trabajo y que defendió la Revolución hasta el último aliento.

Dr. Néstor García Iturbe



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6.- EL ASESINATO DE FELIX GARCÍA




Aquel día 11 de septiembre se había desarrollado con bastante intensidad. Estábamos haciendo los preparativos para el inicio de la Asamblea General de Naciones Unidas y eso implicaba el análisis de resoluciones, la preparación de discursos y otras labores que regularmente nos mantenían hasta altas horas de la noche en la Misión.

Teníamos una invitación para ir a comer a casa de Eva y eso no podíamos despreciarlo. Eva y Eusebio eran mis tíos. Ambos pertenecían al grupo de cubanos que a pesar de llevar muchos años viviendo en Estados Unidos desayunaban, almorzaban y comían revolución. Ellos se sentían orgullosos de haber sido fundadores del Movimiento 26 de Julio en Nueva York. En su historial estaban todas las manifestaciones de apoyo a Cuba que se organizaron en aquella ciudad a partir del triunfo de la Revolución y con pasión mostraban las fotos de sus caminatas bajo la nieve sosteniendo letreros a favor de Cuba.

Félix había hecho muy buenas relaciones con ellos. Decía que también era su sobrino, pues la coincidencia de ambos apellidarnos García, le permitía proclamar que esta era la familia García. Realmente era difícil que Félix no estableciera buenas relaciones con el que se lo propusiera. Era una gente amable, sabía colarse, siempre trataba de ayudar a cualquiera en lo que pudiera y como él decía, le gustaba estar en la ¨burumba¨, es decir, donde estuviera la acción. Puede afirmarse era uno de los funcionarios que tenía mayor número de relaciones.

Con frecuencia Félix llevaba a la que era mi esposa y mis hijas para nuestra casa. Cuando sabía que saldría tarde de la Misión le pedía ese favor al cual él accedía con gusto y mis hijas se sentían felices, pues siempre el tío Félix les llevaba algunos caramelos para el viaje y de vez en cuando hasta algún pequeño juguete.

Al igual que en otras oportunidades, la invitación de Eva para comer en su casa incluía a Félix. Le había pedido se llevara a mi familia para que las niñas no comieran muy tarde. El resto de los invitados podían esperarme, pues calculaba que llegaría al lugar aproximadamente a las ocho de la noche.

Terminé de trabajar y cuando miré el reloj me sorprendí. Todavía no eran las siete de la noche. Aún podía llegar temprano a la cena. Guardé todos los documentos y bajé al lobby de la Misión, donde encontré a mi familia sentada en la escalera de mármol, esperando a Félix. Comencé a indagar qué podía haber sucedido. El acuerdo con Félix era que saliera temprano con la familia, lo cual no había hecho. Nadie sabía por qué no estaba allí, ni dónde se encontraba.

De pronto se abrió la puerta de la calle e hizo aparición Félix. Se había embotellado en un tranque al otro lado de la ciudad y a pesar de todo el esfuerzo realizado no pudo llegar a tiempo. Ahora la situación cambiaba, yo podía llevar a la familia, pero él debía asistir también ya que era uno de los invitados. Aquella comida no podía perdérsela. Nos pidió saliéramos adelante, él recogería unas revistas Bohemia en su apartamento, se bañaría, cambiaría de ropa e inmediatamente saldría para casa de Eva. Como yo conocía bien a Félix le pedí que se apurara, pues sabía podía entretenerse hablando con algún compañero y llegar a las diez de la noche.

Eva y Eusebio vivían en el Queens, cerca del puente que conecta con Manhattan. Debido a la cercanía, desde la Misión podía llegarse a su casa en menos de quince minutos. Cuando llegamos inmediatamente las niñas comenzaron a comer y los mayores nos sentamos a conversar para esperar a Félix. La espera comenzó a prolongarse, pero realmente aquello no nos llamó la atención. Servimos unos tragos del Habana Club que le acababa de regalar a Eusebio y continuamos la conversación que se interrumpió por una llamada telefónica.

La llamada era de la Misión. Por una de las emisoras hispanas estaban dando la noticia del asesinato en el barrio de Queens de un diplomático cubano. El funcionario de guardia estaba tratando de localizar a todos los compañeros para verificar no tuvieran problema. Como había informado que Félix y yo estaríamos en casa de Eva, la guardia había llamado al lugar.

El compañero que estaba de guardia me dijo que hasta el momento todos los compañeros habían sido localizados. Félix aún no había llegado, por lo que le pedí tratara de verificar si estaba en su apartamento, pues no hacía mucho lo habíamos dejado en el lobby de la Misión. Pasaron unos minutos angustiantes. Las niñas que estaban atentas a todo lo que se decía, comenzaron a llorar. Escucharon que un compañero había sido asesinado y como también se percataron que había mencionado el nombre de Félix, lloraban y decían que habían matado a su tío Félix.

Mientras trataba de calmarlas sonó nuevamente el teléfono. La policía de Nueva York había llamado. Habían asesinado a Félix en la intercepción de Queens Boulevard y la calle 53. Le pregunté al compañero si ya el Embajador conocía del asunto. La respuesta fue positiva. Como yo estaba cerca le dije que de inmediato salía para el lugar. Debía informarle eso al Embajador y buscar alguien que recogiera mi familia en casa de Eva.

El trayecto al lugar del asesinato lo realicé en menos de diez minutos, no solo porque en realidad estaba a unos tres kilómetros del lugar, sino también por la velocidad en que lo recorrí. Cuando llegué a las inmediaciones la policía impedía el paso hasta donde se encontraba Félix. Me bajé del carro y fui directo a un sargento que parado en el medio de la calle apartaba a los curiosos. Mostré mi identificación como diplomático y le pasé por un costado a toda velocidad. El sargento me agarró por el brazo y trató de impedirme el paso. Esto provocó una andanada de palabras fuertes en inglés, insistiéndole que no me tocara y repitiéndole mi condición de diplomático.

En aquel momento se acercó un funcionario de la policía vestido de civil, el cual se presentó como Detective. Le ordenó al policía que me soltara y pidió examinar mi credencial. Como encontró todo en orden me acompañó hasta el carro donde aún estaba el cuerpo de Félix. Al llegar a su lado lo primero que hice fue tocarlo. Su cuerpo estaba frío. Le habían disparado cuatro veces. Uno de los proyectiles lo había alcanzado en el hombro, el otro en el cuello, un tercero en la cabeza y un cuarto se había alojado en el techo del carro. No había duda que el autor del asesinato era un profesional bien entrenado y preparado.

A los pocos minutos comenzaron a llegar al lugar otros funcionaros de la Misión. Aquel cobarde asesinato nos había llenado de indignación a todos y la primera reacción había sido ir al lugar donde se encontraba el cuerpo del compañero para demostrar a los asesinos que sus acciones estaban lejos de atemorizarnos.

Algunos días más tarde pudimos reconstruir las acciones que Félix había realizado cuando lo dejamos en la Misión. Después que nos marchamos subió a su apartamento y recogió las revistas Bohemia. Salió en el carro hacia el Queens. Fue a la tintorería de unos viejos cubanos, le dejó las revistas, se baño allí, se cambió de ropa, dejó la ropa que estaba utilizando para que la lavaran y nuevamente salió en el carro, esta vez en dirección a la casa de Eva.

Evidentemente en ese momento detectó que lo estaban siguiendo, por lo que comenzó a tomar por distintas calles que lo alejaban del lugar al que se dirigía. Llegó a una estación de gasolina. En la estación llenó el tanque y continuó su recorrido. Ahora, por la dirección que tomó, trataba de acercase a casa de Eva.

Cuando llegó a Queens Boulevard y la calle 53, el semáforo cambió para la luz roja, por lo que detuvo el carro. En ese momento paró al lado de su auto la motocicleta en que viajaba el asesino. Este seguramente le gritó algún tipo de insulto contra Cuba o la Revolución. Félix, que tenía subido el cristal de la ventanilla del chofer, lo bajó para contestar el insulto. En ese momento el asesino le disparó.

Es imposible negar la tristeza que todos sentimos con la muerte de Félix García, asesinado cobardemente en las calles de la ciudad de Nueva York, mientras representaba dignamente a nuestra Revolución.


Otros Félix García ocuparon su puesto. La bandera no cayó al suelo, siguió erguida y desafiante en manos de la juventud.

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